Recién inaugurada en el Palais de Tokyo, en París, Francia, ‘Superdome’ explora el sufrimiento humano vinculado con situaciones donde el desastre se sigue con transformaciones socio-económicas de escala casi incomprensible. La exposición concentra su atención temática en la situación que encontraron los habitantes de Nueva Orleans, cuando el huracán “Katrina” y su consecuente desintegración cívica los desplazaron hacia un caos tormentoso, su entorno físico devastado, forzados a llevar el peso extraño de ver cómo se borró la geografía económica de su ciudad para ser reemplazada por algo desconocido.
El tema de conversación que se escuchaba con frecuencia en la boca de los invitados en la noche del estreno era si se pudiera averiguar cualquier hilo unificador entre los 5 distintos espacios que formaban parte de la exposición. Un elefante equilibrándose sobre su trompa, un cañón de aire que tira botellas de cerveza a 600 km/hora, una sala llena de los escombros de un desastre, relojes antiguos de péndulo, una exploración del “Lado Oscuro”, un puzzle gris de alfombra que significa o inclusión o exclusión, la familiaridad o la diferencia.
En la elocuente explicación de la literatura acompañante de la exposición, “Paradójica, el Superdome construye un puente entre el mayor entretenimiento y la mayor angustia.” Las 5 exposiciones, de hecho, “vacilan entre el entretenimiento y la desolación, los decibelios y los rezos, la alta tecnología y el caos”, y se consideran expresiones artísticas individuales, unidas sólo en sentido temático, no en contenido ni estilo.
Würsa, el elefante apoyado sobre su trompa “a 18.000 km de altitud”, atrajo admiradores y fascinación. La gente se acercaba y se maravillaba, y el texto acompañante explica que el artista, Daniel Firman, fundó la escultura —la piel la acabó un taxidermista de renombre— sobre la ciencia de la exploración espacial y la física del fenómeno de la “cero-gravedad” que se encuentra a altitudes extremas en órbita alrededor de la Tierra.
La escultura en sí, ya es un logro de ingeniería, un desafío impactante para cualquiera que no sea el diseñador más paciente, pero su idea básica, más que complejidad o paciencia, parece ser el contraste entre la levedad y el peso. La experiencia desorbitada de enfrentarse con los dos en la naturaleza de un mismo momento: la presión aplastante de enfrentar la fragilidad de lo que valoramos, la inconsecuencia elegante de lo que construimos y que apoya nuestras creencias.
El elefante en el centro de la sala se apoya sobre su trompa, porque increíblemente ha viajado hasta una órbita de 18.000 km sobre la superficie de la Tierra, y en esta circunstancia surrealista e inesperada, encontramos que la levedad y el peso se yuxtaponen, en una desintegración de su equilibrio aceptado. Las fuerzas que intervienen pueden volcar la realidad que conocemos, cambiar las leyes físicas de nuestro entorno dado, socavar la materia de nuestras presunciones metafísicas sobre qué es posible.
Al lado del espacio de Würsa, “Afasia 1? es una construcción de cilindros de aire comprimido, amontonados y conectados a un cañón de aire, dentro de una jaula de alambre en malla. Una columna vertical de botellas de cerveza vacías, organizadas como si fueran misiles de mortero, esperan para ser disparados a 600 km/hora contra una pared al otro extremo de la jaula, donde se estrellan en un sonido súbito y aterrador. La mitad de la jaula donde se estrellan las botellas tiene una capa interior de plástico protector, para que no corran ningún peligro los visitantes.
La pieza fue diseñada para chocar violentamente a los que estuvieran cerca, con un sonido tremendo, inesperado. Los disparos ocurren a intervalos demasiado espaciados para permitir que se hagan rutinarios. Con cada segundo disparo, de la multitud sale o un suspiro colectivo cortado, el aire saliendo de repente de pulmones asustados, o una manada de gritos y aullidos descontrolados. El efecto queda claro: lo inesperado, en forma de una acción increíblemente violenta y cerradamente apuntada, choca el sistema, el cuerpo queda agredido, el espíritu rehuye.
La sección con la cola más extendida, donde el personal de seguridad sólo permitía que entraran unos cuantos visitantes a la vez, era “Last Manoeuvres in the Dark” —Las últimas maniobras en la oscuridad—, de Fabien Giraud y Raphaël Siboni. La pieza es “un ejército de 300 Darth Vader intentando producir la ‘bomba’ musical insuperable de la oscuridad”. Giraud explicó en su entrevista con PALAIS / Magazine que “Darth Vader es el Mickey Mouse de nuestra generación. Una figura aún más importante que Mickey Mouse.”
Siboni explica que esta importancia no se debe tanto a que sea una representación icónico del Mal, sino al hecho de que el ícono que lleva esa energía es una pista instantánea para las masas, un símbolo universal y reconocible, un “objeto cero” sobre el que se pueden construir mensajes más complejos. Giraud dice que la exposición funciona más “en la lógica de sobrepuja que de denuncia”, intentando enmarcar el asunto de la oscuridad y la malicia de una manera que active “el cerebro reptiliano”, sugiriendo que el contenido de la oscuridad es una experiencia instintiva, mensaje que pueda quitarles el poder a los que la impongan.