Estamos acostumbrados a pensar que sabemos cuál es la forma del mundo, cómo es la situación del ser humano en el universo, qué cosas sufre y por qué, o por lo menos qué cosas no puede aceptar y por qué, y es obvio, siendo seres humanos, todos y cada uno de nosotros vive la tentación de pensar que sabemos, con autoridad, de qué va esto que llamamos la condición humana.
Pero no. No podemos saberlo todo, y cuánto más se pone uno a buscar, más obvio llega a ser que no podemos llegar a saberlo todo. Lo que sí podemos saber, el peso del mundo es siempre más que lo que podemos averiguar con los humildes cálculos derivados de la vida de una sola persona. Hay que salir a buscar indicios y reportajes de cómo es la vida de los demás, de qué cosas viven, cómo y cuánto sufren, y qué peligros inadvertidos acechan en las sombras de su día a día.
El peso del mundo, se podría decir, está en la distancia que hay entre lo que sabemos y lo que hay, lo que podemos experimentar y lo que en toda su amplitud es la experiencia del ser humano. Saber que hay algo más allá de nuestro conocimiento, saber que hay diferencia, válida, y que la elegida no es la única manera de hacer las cosas, es fundamental para poder asignarle a cada uno de los demás su dignidad humana básica.
Y eso tiene que ser la base de cualquier intento de montar un comentario serio sobre la condición humana, o una crítica viable de ninguna política. Porque el animal parlanchín del ser humano siempre encuentra la manera de elevar, o de repente o con mucho labor, por lo menos una parte del otro extremo del discurso, y ante esas herramientas, la crítica que propone uno tiene que buscarse en hechos y en la propuesta de que todos somos humanos y es posible elegir entre ideas y permutaciones.
Ahora, partiendo de ahí, tomando por dado que no hay que partir de la base que tome por dada su incontrovertible validez, sino basándonos en la libre elección de los intelectos entre bases, y métodos más o menos perjudicados, podemos decir que el peso de todas las cosas y de todas las experiencias posibles se vuelve más visible, más táctil, más posible de medir en sus imposibles estadísticas de vastedad y repetición: miles, miles de millones, 4,5 generaciones por siglo, cien siglos, expansión al parecer infinito…
Todo eso nos lleva a contemplar un darwinismo socio-económico, recursos primordiales desgastados, varios océanos de gotas de agua salada o relativamente limpias o no limpias, millones de especies vivas inauditas, incontables razones no adecuadas para la catástrofe de la guerra, sin mencionar todo aquello que no podemos llegar a saber… y el problema de punto de vista, o sea, conocimiento que sólo se puede aproximar, y eso sólo a través de la comunicación en condiciones de apertura y de buena fe.
Todo lo que podría ser luz, sustancia sin peso, la agilidad de todos los saberes entremezclándose, se vuelve pesado, le da gravedad a la experiencia humana, cuando cortamos las vías de comunicación, cuando la técnica armamentística —en la física o en la metafísica— reemplaza la comunicación abierta y llevada a cabo desde la buena fe.
Cuando lo humano deja de ser visible porque el proyecto de la cosmología comienza a descontar, marginar o ignorar verdades también humanas, encontramos que el otro ya no parece humano, una amenaza terrible, que los demás seres que ocupen el espacio humano carezcan tanto de humanidad como para darnos miedo de nuestra propia especie. Es eso que luchamos por prevenir; es eso que está en los cimientos de cualquier visión de la justicia, que lo humano no se deshumanice, que no tengamos que vivir entre seres anti-humanos.
El problema es que somos nosotros, los seres humanos, que con una deliberación inconsciente vamos borrando las evidencias de dignidad básica humana que pueda haber en los demás, para dar más fuerza a nuestros impulsos políticos e ideológicos, para poder sentir la aparente seguridad de un contraste evidente e innegable. Descartamos la semejanza y la comunicación entre valores, porque conviene pensar que tenemos que luchar contra el otro, para construir a base del miedo el sentido de equipo, comunidad, esencia: cada uno un consuelo existencial antes de todo.
Y ¿por qué buscar así, entre tanto enredo y tanta falta de compromiso, nuestros consuelos existenciales? por qué tanta necesidad de hacerlo que podemos rechazar a nuestra propia especie, y a futuras generaciones, y a los verdaderos valores éticos compartidos entre una comunidad y otra?
Porque tenemos miedo de los huecos en nuestro conocimiento; esos huecos son ignorancia, y sabemos que el saber es lo que nos protege de un mundo salvaje y cruel… si el enemigo no es ya nuestra propia ignorancia, sino otro ser (menos) humano culpable y sospechoso, podemos refugiarnos en el sueño de nuestra omnisciencia y en la fortaleza de nuestros prejuicios contra todas las verdades no aceptables que ni hemos comenzado a pensar.