Desde el comienzo de la civilización humana, el proceso de montar sociedades organizadas, formular historias compartidas y diseñar visiones del futuro humano, el ser humano ha buscado maneras de profetizar y de pronosticar. La ciencia moderna ha descubierto indicios fiables que ayudan a describir el mundo, pero para saber qué vendrá después del momento actual, tenemos que aprender a medir la salud de los sistemas naturales que deciden cómo vivimos.
El hecho es que la Tierra es un complejo de sistemas naturales, separados de los ecosistemas terrestres más remotos sólo por la intervención de otros ecosistemas. De alguna forma, todo el material del planeta, orgánico y no orgánico, está en constante comunicación a través de esta red de interacciones. El mundo viviente prospera debido a la interacción sana y sustentable de distintos sistemas naturales, alternando entre competencia y colaboración, y ganando por esa relación sana más flexibilidad de adaptación, más elasticidad.
La crisis vital viene a un ecosistema cuando deja de ser lo bastante elástico como para enfrentar el desafío sistémico del momento. Esa rigidez puede nacer de muchas causas distintas, pero suele arraigarse en una tendencia a la uniformidad y a la reducción de contacto dinámico con otros sistemas contra los que tendrá que competir, en un momento u otro.
La intervención humana, entonces, ¿qué significa para un ecosistema? Eso depende del tamaño y de la intensidad de la huella que deja esa intervención humana. Si se trata de construir una ciudad, es posible que la inmensa mayoría de los ecosistemas naturales desaparecerán o se desplazarán de forma integral y posiblemente fatal. Si se trata de eregir por dos días una tienda de campaña, y comer sólo lo que existe en el ambiente, sin dejar rastros de química sintética o productos industriales, la intervención será mínima, y todos los ecosistemas ambientales seguirán su curso, casi sin interrupción alguna.
Para la mayoría de los seres humanos del planeta, la decisión de intervenir o no en un ecosistema ha vuelto una decisión pasiva: las ciudades ya existen, los pueblos ya tienen su huella física y ambiental, y las decisiones de aumentar el terreno ocupado por un asentamiento humano suelen ser decisiones organizadas y municipales, no de un sólo individuo.
Por lo tanto, es fácil distanciarnos del problema sin darnos cuenta del serio y duradero papel que nuestras actividades tendrán en los sistemas naturales de los que dependemos y de los que depende el medio ambiente más extenso. Esta distancia conceptual influye no sólo en nuestro imaginario cultural y económico, sino además en el futuro tratamiento mutuo entre la economía humana y la naturaleza.
Los servicios naturales más valiosas—producción de oxígeno, agua limpia, ritmos y corredores fiables de lluvia, la corriente global del océano profundo—exceden por mucho todo el valor económico de la actividad humana en conjunto. Privilegiar y promover elasticidad y resistencia en los sistemas naturales es la única manera de prevenir los efectos corrosivos a largo plazo de una industria inconsciente de sus efectos.
Un nivel adecuado de elasticidad y resistencia ecosistémicas es necesario para asegurar el suministro alimenticio global y el suministro de agua limpia. Es necesario para asegurar un promedio de estabilidad climático: la diversidad de influencias promueve la estabilidad sistémica a largo plazo; la reducción de influencias promueve precariedad sistémica.
Una referencia útil sería la inversión financiera: un rango mínimo y más uniforme de inversiones expone a uno a mayor probabilidad de fracaso y pérdida de valor total; un rango más diverso y variado de inversiones protege a uno de la inestabilidad de valores y proporciona mayor estabilidad y mayor probabilidad de aumento de valores.
El futuro económico, a escala global y local, depende definitivamente del nivel de elasticidad y resistencia en los sistemas naturales de los que toda la actividad humana depende. La economía humana se funda en la biología, el organismo humano, y las necesidades vitales del conjunto de todos los seres humanos. El medio ambiente es un sistema en el que participamos, y la elasticidad de ese sistema decide nuestra resistencia ante los cambios emergentes o sorprendentes que pueden presentarse en un momento dado.
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Primera publicación el 19 de agosto del 2011, en Futurismo Verde