Lydia, o Destellos en la niebla
1.
Sotto voce, el constante empuje del río que albergaba todos sus secretos le explicó cómo fue. Ya no era la misma. Pasaron años durante esos días, y ahora una ruptura en el inmenso calor dejó que se vieran de otra forma los hechos. Había perdido el hilo hace tiempo, y ahora vio, de repente, que eso tenía importancia. El no ser consciente del peligro le había hecho salir a buscarlo. Fue ella que deshizo su paraíso, ladrillo por ladrillo, quitando tapices y murmullos sin remordimiento. Fue ella que inventó y deshizo el mundo.
2.
Era cuestión de escuchar, o mejor dicho, de no escuchar bien lo que había que haber escuchado bien. Un gusto entra, hace un hueco en el mapa, dando placer, se convierte en repetición, y distorsiona el paisaje. Ya no veía igual el territorio de su triunfo. Le habían exigido demasiadas huidas, demasiadas llegadas sólo a medias. Si Lydia buscaba vivir la promesa que se habían declarado entre ellos ese primer día, se olvidó de que había conseguido ya el permiso. Escuchó en las palabras más dulces un desafío, en la solicitud de su amante un rechazo, en la aceleración de su sangre un susurro pesimista.